Para empezar a hablar de la expansión del cristianismo, es preciso seguir hablando de Jesús, y de como éste empezó a predicar. Todos los Evangelios sinópticos (los tres
primeros, llamados así porque, en general, presentan una visión similar de la
vida de Cristo) relatan que el ministerio público de Jesús comienza tras el
encarcelamiento de
y se prolonga casi un año. El
describe su labor, que comienza con la
elección de sus primeros discípulos (1,40-51) y se prolonga quizá unos tres
años.
Después del bautismo y el retiro en el
desierto, Jesús volvió a Galilea y visitó su hogar en Nazaret (Lc. 4,16-30). Se
trasladó a Cafarnaum y comenzó a predicar. Según los sinópticos, fue entonces
cuando nombró a sus primeros discípulos, “Simón, que se llama Pedro, y su
hermano Andrés” (Mt. 4,21) y “Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano” (Mt.
4,21). Más adelante, cuando el número de sus seguidores creció, escogió a doce
discípulos para que le ayudaran.
En compañía de sus discípulos, Jesús estableció su base en Cafarnaum y viajó a
los pueblos y aldeas cercanas para proclamar la llegada del Reino de
Dios, como hicieron muchos profetas hebreos antes que él. Cuando los
enfermos de cuerpo o espíritu se acercaron a él en busca de ayuda, los curó con
la fuerza de la fe. Insistió en el amor infinito de Dios por los más débiles y
desvalidos, y prometió el perdón y la vida eterna en el cielo a los pecadores
siempre que su arrepentimiento fuera sincero. La esencia de estas enseñanzas se
encuentra en el sermón de la montaña (Mt. 5,1-7), que contiene las
bienaventuranzas (5,3-12) y la oración del
Padrenuestro (6,9-13). El énfasis de Jesús en la sinceridad moral
más que en la observancia estricta del ritual judío provocó la enemistad de los
fariseos, que temían que sus enseñanzas pudieran incitar a los
judíos a rechazar la autoridad de la Ley, o Torá. Otros judíos se
mostraron recelosos ante las actividades de Jesús y sus seguidores porque
podrían predisponer a las autoridades romanas contra una eventual restauración
de la monarquía.
A pesar de esta creciente oposición, la fama de
Jesús se extendió sobre todo entre los marginados y los oprimidos, y el
entusiasmo de sus seguidores les llevó a tratar de “arrebatarle y hacerle rey”
(Jn. 6,15), pero Jesús lo impidió cuando escapó con sus discípulos por el mar de
Galilea (lago Tiberíades) a Cafarnaum (Jn. 6,15-21), donde pronunció un sermón
en el que se proclamó “pan de la vida” (Jn. 6,35). Este sermón, que hace
hincapié en la comunión espiritual con Dios, desconcertó a muchos de los que le
escucharon, pensando que se trataba de “duras palabras” (Jn. 6,60), y desde
entonces “muchos se retiraban y ya no le seguían” (Jn. 6,66).
Posteriormente, Jesús repartió su tiempo entre
viajar a las ciudades dentro y fuera de la provincia de Galilea, enseñar a sus
discípulos y retirarse en Betania (Mc. 11,11-12) y Efrem (Jn. 11,54), dos
ciudades próximas a Jerusalén. Según los Evangelios sinópticos pasó la mayor
parte del tiempo en Galilea, pero Juan centra el ministerio público de Jesús en
la provincia de Judea y relata sus numerosas visitas a Jerusalén. Los sermones
que pronunció y los milagros que realizó en esta época, en particular la
resurrección de Lázaro en Betania (Jn. 11,1-44), hicieron que
muchos creyeran en él (Jn. 11,45); pero el momento más importante de su vida
pública ocurre en Cesarea de Filipo cuando Simón (después Pedro) comprobó que
Jesús era Cristo (Mt. 16,16; Mc. 8,29; Lc. 9,20), a pesar de que Jesús nunca se
lo había revelado (según los Evangelios sinópticos), ni a él ni a los demás
discípulos. Esta revelación, además de la posterior predicción de su muerte y su
resurrección, las condiciones que debían cumplir sus discípulos en su misión, y
su transfiguración (momento en que se oyó una voz del cielo proclamándole hijo
de Dios y confirmando así la revelación) constituyen la base principal de la
misión histórica de la Iglesia cristiana (autorización explícita de Jesús
recogida en Mt. 16,17-19).
Cerca de la Pascua, Jesús viajó a Jerusalén por última vez (Juan menciona
numerosos viajes a Jerusalén y más de una Pascua, mientras que los sinópticos
dividen el ministerio público en las provincias de Galilea y Judea, y mencionan
sólo una Pascua después de que Jesús abandonara Galilea para ir a Judea y
Jerusalén) y el domingo de víspera entró triunfante en la ciudad donde le
recibió una gran muchedumbre que le aclamó. Allí (el lunes y el martes, según
los sinópticos), expulsó del templo a los mercaderes y cambistas que, según una
vieja costumbre estaban autorizados a realizar sus transacciones en el patio
exterior (Mc. 11,15-19) y discutió con los sacerdotes, los escribas, los
fariseos y los saduceos, que le hicieron preguntas sobre su autoridad, tributos
del César, y la resurrección. El martes, Jesús reveló a sus discípulos los
signos que acompañarían a la
parusía, o su segunda venida.El miércoles Jesús fue ungido en Betania por María, que anticipaba la unción de
la sepultura (Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9). Mientras tanto, en Jerusalén, los
sacerdotes y los escribas, preocupados porque las actividades de Jesús iban a
poner a los romanos en su contra (Jn. 11,48), conspiraron con uno de sus
discípulos,
Judas Iscariote, para arrestar a Jesús de manera
furtiva, “porque temían al pueblo” (Lc. 22,2). Juan 11,47-53 sitúa la
conspiración antes de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. El jueves,
Jesús celebró la cena de Pascua con sus discípulos y les habló de su inminente
traición y muerte como sacrificio por los pecados de la humanidad. Durante la
cena bendijo el pan ácimo y el vino, llamó al pan su cuerpo y al vino su “sangre
de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt.
26,27), y pidió que lo repartieran entre todos. Desde entonces, los cristianos
recuerdan este ritual, la
eucaristía, en oficios de culto que
constituyen el principal
sacramento de la Iglesia.
Después de la Última Cena, Jesús y sus discípulos fueron al
monte de los
Olivos, donde según Mateo (26,30-32) y Marcos (14,26-28), les aseguró que
resucitaría (de la muerte). Al presentir que la hora de su muerte estaba cerca,
se retiró al huerto de Getsemaní, donde, “lleno de angustia” (Lc. 22,44), meditó
y oró. Una muchedumbre enviada por los sacerdotes y los ancianos judíos,
conducida por Judas Iscariote, le arrestó en Getsemaní.
Según Juan (18,13-24), primero le condujeron ante Anás, suegro del máximo
sacerdote
Caifás, para un interrogatorio preliminar. Los sinópticos
no mencionan este incidente, sólo relatan que Jesús fue conducido al consejo
supremo de los judíos, el
Sanedrín, donde Caifás pidió a Jesús que
declarase si era “el Mesías, el hijo de Dios” (Mt. 26,63). Por esta afirmación
(Mc. 14,62), el consejo le condenó a muerte por blasfemia, pero como sólo el
procurador romano tenía poder para imponer la pena capital, el viernes por la
mañana condujeron a Jesús ante
Poncio Pilatos para sentenciarle.
Antes del juicio, Pilatos le preguntó si era el rey de los judíos, Jesús
contestó: “Tú lo has dicho” (Mc. 15,2). Pilatos intentó varios recursos para
salvarle antes de dejar la decisión final en manos de la muchedumbre. Cuando el
populacho insistió en su muerte, Pilatos (Mt. 27,24) ordenó su ejecución. El
papel real de Pilatos ha sido muy debatido por los historiadores. La Iglesia
antigua tendió a culpar más a los judíos y a juzgar con menos severidad al
gobernador romano.
Jesús fue llevado al
Gólgota y crucificado, que era la pena romana
para los criminales y los delincuentes políticos. Dos ladrones fueron también
crucificados con él, uno a cada lado. En la cruz, sobre la cabeza de Jesús
escribieron su acusación: “este es Jesús, el rey de los judíos” (Mt. 27,37). Al
caer el día, su cuerpo fue descendido, y como estaba cerca el
shabat (día festivo de los judíos), tiempo durante el cual no
estaba permitido el enterramiento, fue rápidamente depositado en una tumba
cercana por
José de Arimatea (Jn. 19,39-42 relata que Nicodemo
ayudó a José).
Ésto es lo que el Nuevo Testamento cuenta sobre la vida de Jesús:
Fragmento del Evangelio según san Mateo.
26-27.
Conspiración contra Jesús.
26 1Y sucedió que, cuando acabó Jesús
todos estos discursos, dijo a sus discípulos: 2«Ya sabéis que dentro
de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser
crucificado.»
3Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos
del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás;
4y resolvieron prender a Jesús con engaño y darle muerte.
5Decían sin embargo: «Durante la fiesta, para que no haya alboroto en
el pueblo.»
Unción en Betania.
6Hallándose Jesús en Betania, en casa de
Simón el leproso, 7se acercó a él una mujer que traía una frasco de
alabastro, con perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a
la mesa. 8Al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron: «¿Para
qué este despilfarro? 9Se podía haber vendido a buen precio y
habérselo dado a los pobres.» 10Mas Jesús, dándose cuenta, les dijo:
«¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una ‘obra buena’ ha hecho conmigo.
11Porque pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me
tendréis siempre. 12Y al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en
vista de mi sepultura lo ha hecho. 13Yo os aseguro: dondequiera que
se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que
ésta ha hecho para memoria suya.»
Traición de Judas.
14Entonces uno de los Doce, llamado Judas
Iscariote, fue donde uno de los sumos sacerdotes, 15y les dijo: «¿Qué
queréis darme, y yo os lo entregaré?» Ellos le asignaron treinta monedas de
plata. 16Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para
entregarle.
Preparativos para la Cena pascual.
17El primer día de los Ázimos, los discípulos
se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los
preparativos para comer el cordero de Pascua?» 18Él les dijo: «Id a
la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca;
en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’.» 19Los
discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la
Pascua.
Anuncio de la traición de Judas.
20Al atardecer, se puso a la mesa con los
Doce. 21Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros
me entregará.» 22Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por
uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» 23Él respondió: «El que ha mojado
conmigo la mano en el plato, ése me entregará. 24El Hijo del hombre
se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre
es entregado! ¡Más le valdría no haber nacido!» 25Entonces preguntó
Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has
dicho.»
Institución de la Eucaristía.
26Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y
lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste
es mi cuerpo.» 27Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio
diciendo: «Bebed de ella todos, 28porque ésta es mi sangre de la
Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados.
29Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid
hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»
Predicción de las negaciones de Pedro.
30Y cantados los himnos, salieron hacia el
monte de los Olivos. 31Entonces les dice Jesús: «Todos vosotros vais
a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se
dispersarán las ovejas del rebaño. 32Mas después de mi
resurrección, iré delante de vosotros a Galilea.» 33Pedro intervino y
le dijo: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.»
34Jesús le dijo: «Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo
cante, me habrás negado tres veces.» 35Dícele Pedro: «Aunque tenga
que morir contigo, yo no te negaré.» Y lo mismo dijeron también todos los
discípulos.
Agonía de Jesús.
36Entonces va Jesús con ellos a una propiedad
llamada Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy a orar.»
37Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a
sentir tristeza y angustia. 38Entonces les dice: «Mi alma está triste
hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.» 39Y
adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es
posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras
tú.» 40Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos;
y dice a Pedro: «¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?
41Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu
está pronto, pero la carne es débil.» 42Y alejándose de nuevo, por
segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba,
hágase tu voluntad.» 43Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues
sus ojos estaban cargados. 44Los dejó y se fue a orar por tercera
vez, repitiendo las mismas palabras. 45Viene entonces donde los
discípulos y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la
hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
46¡Levantaos!, ¡vamonos! Mirad que el que me va entregar está
cerca.»
Prendimiento de Jesús.
47Todavía estaba hablando, cuando llegó
Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de
parte de uno de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48El
que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien yo dé un beso,
ése es; prendedle.» 49Y al instante se acercó a Jesús y le dijo:
«¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso. 50Jesús le dijo: «Amigo, ¡a lo
que estás aquí!» Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le
prendieron. 51En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a
su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja.
52Dícele entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos
los que empuñen espada, a espada perecerán. 53¿O piensas que no puedo
yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones
de ángeles? 54Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe
suceder?» 55En aquel momento dijo Jesús a la gente: «¿Como contra un
salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días me
sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvisteis. 56Pero todo
esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.» Entonces
los discípulos le abandonaron todos y huyeron.
Jesús ante el Sanedrín.
57Los que prendieron a Jesús le llevaron ante
el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos.
58Pedro le iba siguiendo de lejos hasta el palacio del Sumo
Sacerdote; y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver el final.
59Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero
andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con ánimo de darle
muerte, 60y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos
falsos testigos. Al fin se presentaron dos, 61que dijeron: «Éste
dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo.»
62Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes
nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» 63Pero Jesús seguía
callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas
si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.» 64Dícele Jesús: «Sí, tú lo
has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre
sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.»
65Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo: «¡Ha
blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia.
66¿Qué os parece?» Respondieron ellos diciendo: «Es reo de
muerte.»
67Entonces se pusieron a escupirle en la cara
y a abofetearle; y otros a golpearle, 68diciendo: «Adivínanos,
Cristo. ¿Quién es el que te ha golpeado?»
Negaciones de Pedro.
69Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en
el patio; y una criada se acercó a él y le dijo: «También tú estabas con Jesús
el Galileo.» 70Pero él lo negó delante de todos: «No sé qué dices.»
71Cuando salía al portal, le vio otra criada y dijo a los que estaban
allí: «Éste estaba con Jesús el Nazareno.» 72Y de nuevo lo negó con
juramento: «¡Yo no conozco a ese hombre!» 73Poco después se acercaron
los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Ciertamente, tú también eres de ellos,
pues además tu misma habla te descubre!» 74Entonces él se puso a
echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre!» Inmediatamente
cantó un gallo. 75Y Pedro se acordó de aquello que le había dicho
Jesús: «Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.» Y, saliendo
fuera, rompió a llorar amargamente.
Jesús llevado ante Pilato.
27 1Llegada la mañana, todos los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejos contra Jesús para darle
muerte. 2Y después de atarle, le llevaron y le entregaron al
procurador Pilato.
Muerte de Judas.
3Entonces Judas, el que le entregó, viendo
que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las
treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos,
4diciendo: «Pequé entregando sangre inocente.» Ellos dijeron: «A
nosotros, ¿qué? Tú verás.» 5Él tiró las monedas en el Santuario;
después se retiró y fue y se ahorcó. 6Los sumos sacerdotes recogieron
las monedas y dijeron: «No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas,
porque son precio de sangre.» 7Y después de deliberar, compraron con
ellas el Campo del Alfarero como lugar de sepultura para los forasteros.
8Por esta razón ese campo se llamó «Campo de Sangre», hasta hoy.
9Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Y tomaron
las treinta monedas de plata, cantidad en que fue apreciado aquel a quien
pusieron precio algunos hijos de Israel, 10y las dieron por el
Campo del Alfarero, según lo que me ordenó el Señor.»
Jesús ante Pilato.
11Jesús compareció ante el procurador y el
procurador le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «Sí,
tú lo dices.» 12Y, mientras los sumos sacerdotes y los ancianos le
acusaban, no respondió nada. 13Entonces le dice Pilato: «¿No oyes de
cuántas cosas te acusan?» 14Pero él a nada respondió, de suerte que
el procurador estaba muy sorprendido.
15Cada Fiesta, el procurador solía conceder
al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. 16Tenían a la
sazón un preso famoso, llamado Barrabás. 17Y cuando ellos estaban
reunidos, les dijo Pilato:«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús,
el llamado Cristo?», 18pues sabía que le habían entregado por
envidia.
19Mientras él estaba sentado en el tribunal,
le mandó decir a su mujer: «No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido
mucho en sueños por su causa.»
20Pero los sumos sacerdotes y los ancianos
lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de
Jesús. 21Y cuando el procurador les dijo: «¿A cuál de los dos queréis
que os suelte?», respondieron: «¡A Barrabás!» 22Díceles Pilato: «Y
¿qué voy a hacer con Jesús, llamado el Cristo?» Y todas a una: «¡Sea
crucificado!» –23«¿Pero ¿qué mal ha hecho?», preguntó Pilato. Mas
ellos seguían gritando con más fuerza: «¡Sea crucificado!» 24Entonces
Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien promovía tumulto, tomó
agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la
sangre de este justo. Vosotros veréis.» 25Y todo el pueblo respondió:
«¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» 26Entonces, les
soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entregó para que fuera
crucificado.
Coronación de espinas.
27Entonces los soldados del procurador
llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la
cohorte. 28Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura;
29y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza,
y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían
burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»; 30y después de
escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza. 31Cuando se
hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le
llevaron a crucificarle.
La Crucifixión.
32Al salir, encontraron a un hombre de Cirene
llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz. 33Llegados a un lugar
llamado Gólgota, esto es, «Calvario», 34le dieron a beber vino
mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo.
35Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a
suertes. 36Y se quedaron sentados allí para custodiarle.
37Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la
causa de su condena: «Este es Jesús, el Rey de los judíos.» 38Y al
mismo tiempo que a él crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la
izquierda.
Jesús en cruz ultrajado.
39Los que pasaban por allí le insultaban,
meneando la cabeza y diciendo: 40«Tú que destruyes el Santuario y en
tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la
cruz!» 41Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los
ancianos se burlaban de él diciendo: 42«A otros salvó y a sí mismo no
puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él.
43Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de
verdad le quiere; ya que dijo: ‘Soy Hijo de Dios’.» 44De la misma
manera le injuriaban también los salteadores crucificados con él.
Muerte de Jesús.
45Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre
toda la tierra hasta la hora nona. 46Y alrededor de la hora nona
clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es:
«¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» 47Al oírlo
algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama éste.»
48Y en seguida uno de ellos fue corriendo a
tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de
beber. 49Pero los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si viene Elías a
salvarle.» 50Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el
espíritu.
51En esto, el velo del Santuario se rasgó en
dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. 52Se
abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron.
53Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él,
entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. 54Por su
parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el
terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «Verdaderamente éste
era el Hijo de Dios.»
55Había allí muchas mujeres mirando desde
lejos, aquellas que habían seguido a Jesús de Galilea para servirle.
56Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y
de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Sepultura de Jesús.
57Al atardecer, vino un hombre rico de
Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús.
58se presentó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato
dio orden de que se le entregase. 59José tomó el cuerpo, lo envolvió
en una sábana limpia 60y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho
excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del
sepulcro y se fue. 61Estaban allí María Magdalena y la otra María,
sentadas frente al sepulcro.
Custodia del sepulcro.
62Al otro día, el siguiente a la Preparación,
los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato 63y le
dijeron: «Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: ‘A los tres
días resucitaré’. 64Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro
hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al
pueblo: ‘Resucitó de entre los muertos’, y la última impostura sea peor que la
primera.» 65Pilato les dijo: «Tenéis una guardia. Id, aseguradlo como
sabéis.» 66Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra
y poniendo la guardia.
Durante todo este período el número de seguidores de Jesús no paró de crecer, destacando especialmente entre ellos a los once apóstoles que quedaron tras la traición y muerte de Judas, y un personaje nuevo que surgirá tiempo después, conocido por los cristiano con el nombre de Pablo de Tarso. La Biblia se refiere a un periodo inmediatamente posterior a la muerte de Jesús, durante el cuál sus seguidores estuvieron escondidos con miedo a los que le mataron. Al finalizar este periodo la Biblia hace referencia a otro hecho importante: la visita del Espíritu Santo a los apóstoles, junto con la aparición de Jesús a varios discípulos, incluyendo a Saulo, que posteriormente se convirtió al cristianismo con el nombre de Pablo (se hace referencia a él como a el primer teólogo cristiano), que con sus conocidas cartas (a los romanos, a los corintios) da a conocer el cristianimo por todo el imperio romano. A partir de aquí la expansión del cristianismo se produce de una manera gigantesca.
«
No es el discípulo más que el Maestro»
(Mt X, 24), había advertido Jesús a los suyos, cuando aún permanecía
con ellos en la tierra. El Sanedrín declaró a Jesús reo de muerte por
proclamar que Él era el Mesías, el Hijo de Dios. La hostilidad de las
autoridades de Israel, que habían condenado a Cristo, debía dirigirse
luego contra los Apóstoles, que anunciaban a Jesucristo Resucitado y
confirmaban su predicación con milagros obrados ante todo el pueblo.
El Sanedrín intentó silenciar a los Apóstoles, pero Pedro respondería al Sumo Sacerdote que «es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Act V, 29). Los Apóstoles fueron azotados, pero ni las amenazas ni la violencia lograron acallarlos, y salieron gozosos «por haber sido hallados dignos de sufrir oprobio»
por el nombre de Jesús. La muerte del diácono San Esteban, lapidado por
los judíos, señaló el principio de una gran persecución contra los
discípulos de Jesús. La separación entre Cristianismo y Judaismo se hizo
cada vez más profunda y patente.
Sin embargo, el cristianismo tuvo primero que asentar su relación con el orden
político. Dentro del
Imperio romano, y como secta judía, la Iglesia
cristiana primitiva compartió la misma categoría que tenía el judaísmo, pero
antes de la muerte del emperador
Nerón en el 68 ya se le
consideraba rival de la religión imperial romana. Las causas de esta hostilidad
hacia los cristianos no eran siempre las mismas y, por lo general, la oposición
y las persecuciones tenían causas muy concretas. Sin embargo, la lealtad que los
cristianos mostraban hacia su Señor Jesús, era irreconciliable con la veneración
que existía hacia el emperador como deidad, y los emperadores como
Trajano y Marco Aurelio, que estaban comprometidos de manera más
profunda con mantener la unidad ideológica del Imperio, veían en los cristianos
una amenaza para sus propósitos; fueron ellos quienes decidieron poner fin a la
amenaza. Al igual que en la historia de otras religiones, en especial la del
islam, la oposición a la nueva religión creaba el efecto inverso al
que se pretendía y, como señaló el epigrama de
Tertuliano, miembro
de la Iglesia del norte de África, “la sangre de los mártires se transformará en
la semilla de cristianos”. A comienzos del siglo IV el mundo cristiano había
crecido tanto en número y en fuerza, que para Roma era preciso tomar una
decisión: erradicarlo o aceptarlo. El emperador
Diocleciano (el emperador que más persecuciones realizó contra los cristianos) trató
de eliminar el cristianismo, pero fracasó; el emperador
Constantino I el
Grande optó por contemporizar, y acabó creando un imperio cristiano. La conversión del emperador Constantino situó al cristianismo en una posición
privilegiada dentro del Imperio; se hizo más fácil ser cristiano que no serlo.
Como resultado, los cristianos comenzaron a sentir que se estaba rebajando el
grado de exigencia y sinceridad de la conducta cristiana y que el único modo de
cumplir con los imperativos morales de Cristo era huir del mundo (y de la
Iglesia que estaba en el mundo), y ejercer una profesión de disciplina cristiana
como monje. Desde sus comienzos en el desierto egipcio, con el eremitorio de san
Antonio, el
monaquismo cristiano se propagó durante los siglos IV y
V por muchas zonas del Imperio romano. Los monjes cristianos se entregaron al
rezo y a la observación de una vida ascética, pero no sólo en la parte griega o
latina del Imperio romano, sino incluso más allá de sus fronteras orientales, en
el interior de Asia. Durante el inicio de la edad media, estos monjes se
transformaron en la fuerza más poderosa del proceso de cristianización de los no
creyentes, de la renovación del culto y de la oración y, a pesar del
antiintelectualismo que en reiteradas ocasiones trató de hacer valer sus
derechos entre ellos, del campo de la teología y la erudición
.
Durante el siglo IV y el V el imperio romano se escindió en dos: el imperio romano de occidente, que caería en el 476, fue conquistado por los pueblos germánicos, que, en su origen paganos, se fueron convirtiendo al cristianismo a medida que avanzaba la conquista; y el imperio romano de oriente, conocido posteriormente con el nombre de imperio bizantino, que perduró hasta el 1453, fecha en la que fue conquistado por los turcos
Expansión del cristianismo en torno al año 325 (azul claro) y 600 (azul oscuro)