domingo, 15 de junio de 2014

La pascua

La Pascua judía

Pascua judía, importante festividad del judaísmo que conmemora el éxodo o la salida de los israelitas de Egipto y su viaje milagroso a través del mar Rojo. Este viaje, descrito en el Éxodo, tuvo en la persona de Moisés, a su jefe y guía.
El nombre de Pascua proviene de Pésaj (del hebreo pesah, ‘pasar de largo’ o ‘protección’) y se deriva de las instrucciones que Dios dio a Moisés (Éx. 12,3-17). Con el fin de alentar a los egipcios a permitir a los israelitas abandonar Egipto, Dios tiene la intención de “matar a todos sus primogénitos, tanto hombres como animales” en la tierra. Para protegerse, se avisa a los israelitas para que señalen sus viviendas con sangre de cordero, con el fin de que Dios pueda identificar sus casas y de este modo pasar de largo y perdonar a las familias israelitas.
La celebración de la fiesta empieza después de la puesta del sol del día 14 de Nisán, el primer mes del año eclesiástico judío, en la época del equinoccio de primavera. De acuerdo con la ley rabínica, los judíos que vivían fuera de los límites de la antigua Palestina celebraban estas fiestas durante ocho días y compartían en las dos primeras noches, una comida ceremonial, conocida como el Séder. El Séder consiste en tomar determinados alimentos, cada uno de los cuales simboliza algún aspecto de las tribulaciones por las que pasaron los israelitas durante su época de esclavitud en Egipto. Por ejemplo, tomar rábanos significa la amargura de la experiencia, mientras que consumir una mezcla de nueces troceadas, manzanas y vino simboliza el mortero de construcción utilizado por los israelitas en sus trabajos forzados. Durante el Séder se relata la narración del Éxodo, y se hacen oraciones de acción de gracias a Dios para pedir su ansiada protección. Las lecturas, canciones y oraciones del Séder se encuentran en la Hagadá, de las que se reparten copias a todos los comensales. Los judíos que viven dentro de los límites de la antigua Palestina celebran la Pascua durante siete días, festejando el Séder sólo la primera noche.
A lo largo de la festividad, el judío ortodoxo debe abstenerse de comer pan con levadura, sustituyéndolo por pan ázimo que recuerda al pan sin levadura que se cuece rápidamente y que era el que podían comer en el desierto durante la huida. La tradición de los judíos ortodoxos ordena que, durante la Pascua, las comidas deben prepararse y servirse con utensilios y platos reservados con rigor para esta festividad.
En el siguiente fragmento del Éxodo se menciona la parte en la que Moisés recibe los diez mandamientos:
Fragmento del Éxodo.
20, 1-21.
1Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo: 2«Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
3No habrá para ti otros dioses delante de mí.
4No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
5No te posarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, 6y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos.
7No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios; porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso.
8Recuerda el día del sábado para santificarlo. 9Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, 10pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. 11Pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado.
12Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahveh, tu Dios, te va a dar.
13No matarás.
14No cometerás adulterio.
15No robarás.
16No darás testimonio falso contra tu prójimo.
17No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.»
18Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonido de la trompeta y el monte humeante, y temblando de miedo se mantenía a distancia. 19Dijeron a Moisés: «Habla tú con nosotros, que podremos entenderte, pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos.» 20Respondió Moisés al pueblo: «No temáis, pues Dios ha venido para poneros a prueba, para que su temor esté ante vuestros ojos, y no pequéis.» 21Y el pueblo se mantuvo a distancia, mientras Moisés se acercaba a la densa nube donde estaba Dios.

La Pascua cristiana

Pascua cristiana, celebración anual que conmemora la resurrección de Jesucristo y fiesta principal del año cristiano y que tiene lugar el domingo siguiente a la primera luna llena de primavera, por lo tanto puede variar entre el 22 de marzo y el 25 de abril.
Las demás celebraciones eclesiásticas, que abarcan un periodo entre el domingo de septuagésima (noveno domingo antes de Pascua de Resurrección) y el primer domingo de Adviento se fijan con respecto a ella.
Vinculados al Domingo de Resurrección están los cuarenta días de penitencia de Cuaresma, que comienza el Miércoles de Ceniza y concluye la medianoche del Sábado Santo, el día anterior al Domingo de Resurrección; la Semana Santa, que comienza el Domingo de Ramos, e incluye el Viernes Santo, día de la crucifixión, y termina el Sábado Santo; y la octava de Pascua, que comprende desde el Domingo de Pascua hasta el domingo siguiente. Durante la octava de Pascua, en los primeros tiempos del Cristianismo los recién bautizados llevaban ropas blancas, pues el blanco es el color litúrgico de la Pascua y significa luz, pureza y alegría.






El cristianismo

1 Orígenes

El Cristianismo es una religión monoteísta surgida de una escisión del Judaísmo en el siglo I, en torno a la figura y los hechos de Jesús de Nazaret, al que los propios cristianos denominan Mesías, el Ungido, al que los judíos habían estado esperando hasta la fecha. Para los propios judíos Jesús no es el Mesías (ya que piensan que todavía no ha llegado)  y para los musulmanes es simplemente un profeta más, al igual que Mahoma. Surgió en la actual Israel, en una zona en la que la hegemonía religiosa estaba en manos de los judíos, aunque bajo el control del imperio romano. Como ya he mencionado antes, Jesús es para los cristianos el Mesías que esperan los judíos, pero con un detalle importante: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Esto significa que los cristianos creen que Dios envió a su propio Hijo a morir en la cruz para librar a los hombres del infierno. Esta parte la explicaré con más profundidad más adelante.
Jesucristo (entre el 8 y el 4 a.C. y el 29 d.C.), figura principal del cristianismo, que nació en Belén, Judea. Desde el siglo VI se considera que la era cristiana comienza el año de su nacimiento, pero en la actualidad se cifra un error de cuatro a ocho años. Para los cristianos, Jesús fue el Hijo de Dios encarnado y concebido por María, la mujer de José, un carpintero de Nazaret. El nombre de Jesús se deriva de la palabra hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah (‘Yahvé es salvación’); y el título de Cristo, de la palabra griega christos, a su vez una traducción del hebreo mashiaj (‘el ungido’), o Mesías. Los primeros cristianos emplearon Cristo por considerarle el libertador prometido de Israel; más adelante, la Iglesia lo incorporó a su nombre para designarle como redentor de toda la humanidad.
Las principales fuentes de información sobre su vida se encuentran en los Evangelios, escritos en la segunda mitad del siglo I para facilitar la difusión del cristianismo por todo el mundo antiguo. Las epístolas de san Pablo y el libro de los Hechos de los Apóstoles también aportan datos interesantes. La escasez de material adicional de otras fuentes y la naturaleza teológica de los relatos bíblicos provocaron que algunos exegetas bíblicos del siglo XIX dudaran de su existencia histórica. Otros, interpretando de diferente manera las fuentes disponibles, escribieron biografías naturalistas de Jesús. En la actualidad, los eruditos consideran auténtica su existencia, para lo que se basan en la obra de los escritores cristianos y en la de varios historiadores romanos y judíos.
Los evangelios de san Mateo y san Lucas recogen datos sobre el nacimiento e infancia de Jesús, e incluyen su genealogía, que se remonta hasta Abraham y David (Mt. 1,1-17; Lc. 3,23-38). Se supone que la descripción de su genealogía se hizo para probar el mesianismo de Jesús. Según Mateo (1,18-25) y Lucas (1,1-2,20), Jesús fue concebido por su madre, que “aunque desposada con José, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt. 1, 18). Nació en Belén, donde José y María habían acudido para cumplir con el edicto romano que obligaba a inscribirse en el censo. Mateo es el único que describe (2,13-23) el viaje a Egipto, cuando José y María se llevaron al niño lejos del alcance del rey Herodes el Grande. Sólo Lucas relata el cumplimiento de José y María con la ley judía que requiere la circuncisión y presentación en el templo de todos los recién nacidos de Jerusalén (2,21-24); el mismo evangelista también describe su siguiente viaje (2,41-51) con el joven Jesús al templo para la fiesta de la Pascua. Los Evangelios omiten la vida de Jesús desde que tuvo 12 años hasta que empezó su ministerio público, unos 18 años después.

2 Expansión

Para empezar a hablar de la expansión del cristianismo, es preciso seguir hablando de Jesús, y de como éste empezó a predicar. Todos los Evangelios sinópticos (los tres primeros, llamados así porque, en general, presentan una visión similar de la vida de Cristo) relatan que el ministerio público de Jesús comienza tras el encarcelamiento de Juan Bautista y se prolonga casi un año. El Evangelio según san Juan describe su labor, que comienza con la elección de sus primeros discípulos (1,40-51) y se prolonga quizá unos tres años.
El relato del ministerio público y los acontecimientos que le precedieron es similar en los Evangelios sinópticos. Los tres describen el bautismo de Jesús en el río Jordán por Juan Bautista y su retiro durante 40 días de ayuno y meditación al borde del desierto, que algunos exegetas consideran como un tiempo de preparación ritual, donde el demonio (o Satán) trató de tentarle. Mateo (4,3-9) y Lucas (4,3-12) añaden la descripción de las tentaciones.
Después del bautismo y el retiro en el desierto, Jesús volvió a Galilea y visitó su hogar en Nazaret (Lc. 4,16-30). Se trasladó a Cafarnaum y comenzó a predicar. Según los sinópticos, fue entonces cuando nombró a sus primeros discípulos, “Simón, que se llama Pedro, y su hermano Andrés” (Mt. 4,21) y “Santiago el de Zebedeo y Juan, su hermano” (Mt. 4,21). Más adelante, cuando el número de sus seguidores creció, escogió a doce discípulos para que le ayudaran.
En compañía de sus discípulos, Jesús estableció su base en Cafarnaum y viajó a los pueblos y aldeas cercanas para proclamar la llegada del Reino de Dios, como hicieron muchos profetas hebreos antes que él. Cuando los enfermos de cuerpo o espíritu se acercaron a él en busca de ayuda, los curó con la fuerza de la fe. Insistió en el amor infinito de Dios por los más débiles y desvalidos, y prometió el perdón y la vida eterna en el cielo a los pecadores siempre que su arrepentimiento fuera sincero. La esencia de estas enseñanzas se encuentra en el sermón de la montaña (Mt. 5,1-7), que contiene las bienaventuranzas (5,3-12) y la oración del Padrenuestro (6,9-13). El énfasis de Jesús en la sinceridad moral más que en la observancia estricta del ritual judío provocó la enemistad de los fariseos, que temían que sus enseñanzas pudieran incitar a los judíos a rechazar la autoridad de la Ley, o Torá. Otros judíos se mostraron recelosos ante las actividades de Jesús y sus seguidores porque podrían predisponer a las autoridades romanas contra una eventual restauración de la monarquía.
A pesar de esta creciente oposición, la fama de Jesús se extendió sobre todo entre los marginados y los oprimidos, y el entusiasmo de sus seguidores les llevó a tratar de “arrebatarle y hacerle rey” (Jn. 6,15), pero Jesús lo impidió cuando escapó con sus discípulos por el mar de Galilea (lago Tiberíades) a Cafarnaum (Jn. 6,15-21), donde pronunció un sermón en el que se proclamó “pan de la vida” (Jn. 6,35). Este sermón, que hace hincapié en la comunión espiritual con Dios, desconcertó a muchos de los que le escucharon, pensando que se trataba de “duras palabras” (Jn. 6,60), y desde entonces “muchos se retiraban y ya no le seguían” (Jn. 6,66).
Posteriormente, Jesús repartió su tiempo entre viajar a las ciudades dentro y fuera de la provincia de Galilea, enseñar a sus discípulos y retirarse en Betania (Mc. 11,11-12) y Efrem (Jn. 11,54), dos ciudades próximas a Jerusalén. Según los Evangelios sinópticos pasó la mayor parte del tiempo en Galilea, pero Juan centra el ministerio público de Jesús en la provincia de Judea y relata sus numerosas visitas a Jerusalén. Los sermones que pronunció y los milagros que realizó en esta época, en particular la resurrección de Lázaro en Betania (Jn. 11,1-44), hicieron que muchos creyeran en él (Jn. 11,45); pero el momento más importante de su vida pública ocurre en Cesarea de Filipo cuando Simón (después Pedro) comprobó que Jesús era Cristo (Mt. 16,16; Mc. 8,29; Lc. 9,20), a pesar de que Jesús nunca se lo había revelado (según los Evangelios sinópticos), ni a él ni a los demás discípulos. Esta revelación, además de la posterior predicción de su muerte y su resurrección, las condiciones que debían cumplir sus discípulos en su misión, y su transfiguración (momento en que se oyó una voz del cielo proclamándole hijo de Dios y confirmando así la revelación) constituyen la base principal de la misión histórica de la Iglesia cristiana (autorización explícita de Jesús recogida en Mt. 16,17-19).
Cerca de la Pascua, Jesús viajó a Jerusalén por última vez (Juan menciona numerosos viajes a Jerusalén y más de una Pascua, mientras que los sinópticos dividen el ministerio público en las provincias de Galilea y Judea, y mencionan sólo una Pascua después de que Jesús abandonara Galilea para ir a Judea y Jerusalén) y el domingo de víspera entró triunfante en la ciudad donde le recibió una gran muchedumbre que le aclamó. Allí (el lunes y el martes, según los sinópticos), expulsó del templo a los mercaderes y cambistas que, según una vieja costumbre estaban autorizados a realizar sus transacciones en el patio exterior (Mc. 11,15-19) y discutió con los sacerdotes, los escribas, los fariseos y los saduceos, que le hicieron preguntas sobre su autoridad, tributos del César, y la resurrección. El martes, Jesús reveló a sus discípulos los signos que acompañarían a la parusía, o su segunda venida.El miércoles Jesús fue ungido en Betania por María, que anticipaba la unción de la sepultura (Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9). Mientras tanto, en Jerusalén, los sacerdotes y los escribas, preocupados porque las actividades de Jesús iban a poner a los romanos en su contra (Jn. 11,48), conspiraron con uno de sus discípulos, Judas Iscariote, para arrestar a Jesús de manera furtiva, “porque temían al pueblo” (Lc. 22,2). Juan 11,47-53 sitúa la conspiración antes de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. El jueves, Jesús celebró la cena de Pascua con sus discípulos y les habló de su inminente traición y muerte como sacrificio por los pecados de la humanidad. Durante la cena bendijo el pan ácimo y el vino, llamó al pan su cuerpo y al vino su “sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt. 26,27), y pidió que lo repartieran entre todos. Desde entonces, los cristianos recuerdan este ritual, la eucaristía, en oficios de culto que constituyen el principal sacramento de la Iglesia.
Después de la Última Cena, Jesús y sus discípulos fueron al monte de los Olivos, donde según Mateo (26,30-32) y Marcos (14,26-28), les aseguró que resucitaría (de la muerte). Al presentir que la hora de su muerte estaba cerca, se retiró al huerto de Getsemaní, donde, “lleno de angustia” (Lc. 22,44), meditó y oró. Una muchedumbre enviada por los sacerdotes y los ancianos judíos, conducida por Judas Iscariote, le arrestó en Getsemaní.
Según Juan (18,13-24), primero le condujeron ante Anás, suegro del máximo sacerdote Caifás, para un interrogatorio preliminar. Los sinópticos no mencionan este incidente, sólo relatan que Jesús fue conducido al consejo supremo de los judíos, el Sanedrín, donde Caifás pidió a Jesús que declarase si era “el Mesías, el hijo de Dios” (Mt. 26,63). Por esta afirmación (Mc. 14,62), el consejo le condenó a muerte por blasfemia, pero como sólo el procurador romano tenía poder para imponer la pena capital, el viernes por la mañana condujeron a Jesús ante Poncio Pilatos para sentenciarle. Antes del juicio, Pilatos le preguntó si era el rey de los judíos, Jesús contestó: “Tú lo has dicho” (Mc. 15,2). Pilatos intentó varios recursos para salvarle antes de dejar la decisión final en manos de la muchedumbre. Cuando el populacho insistió en su muerte, Pilatos (Mt. 27,24) ordenó su ejecución. El papel real de Pilatos ha sido muy debatido por los historiadores. La Iglesia antigua tendió a culpar más a los judíos y a juzgar con menos severidad al gobernador romano.
Jesús fue llevado al Gólgota y crucificado, que era la pena romana para los criminales y los delincuentes políticos. Dos ladrones fueron también crucificados con él, uno a cada lado. En la cruz, sobre la cabeza de Jesús escribieron su acusación: “este es Jesús, el rey de los judíos” (Mt. 27,37). Al caer el día, su cuerpo fue descendido, y como estaba cerca el shabat (día festivo de los judíos), tiempo durante el cual no estaba permitido el enterramiento, fue rápidamente depositado en una tumba cercana por José de Arimatea (Jn. 19,39-42 relata que Nicodemo ayudó a José).
Ésto es lo que el Nuevo Testamento cuenta sobre la vida de Jesús:
Fragmento del Evangelio según san Mateo.
26-27.
Conspiración contra Jesús.
26 1Y sucedió que, cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: 2«Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado.»
3Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás; 4y resolvieron prender a Jesús con engaño y darle muerte. 5Decían sin embargo: «Durante la fiesta, para que no haya alboroto en el pueblo.»
Unción en Betania.
6Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, 7se acercó a él una mujer que traía una frasco de alabastro, con perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a la mesa. 8Al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron: «¿Para qué este despilfarro? 9Se podía haber vendido a buen precio y habérselo dado a los pobres.» 10Mas Jesús, dándose cuenta, les dijo: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una ‘obra buena’ ha hecho conmigo. 11Porque pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. 12Y al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. 13Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.»
Traición de Judas.
14Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde uno de los sumos sacerdotes, 15y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?» Ellos le asignaron treinta monedas de plata. 16Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.
Preparativos para la Cena pascual.
17El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?» 18Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’.» 19Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Anuncio de la traición de Judas.
20Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. 21Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.» 22Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» 23Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. 24El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría no haber nacido!» 25Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has dicho.»
Institución de la Eucaristía.
26Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» 27Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, 28porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. 29Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»
Predicción de las negaciones de Pedro.
30Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. 31Entonces les dice Jesús: «Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. 32Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea.» 33Pedro intervino y le dijo: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.» 34Jesús le dijo: «Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.» 35Dícele Pedro: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.» Y lo mismo dijeron también todos los discípulos.
Agonía de Jesús.
36Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy a orar.» 37Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. 38Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.» 39Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.» 40Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? 41Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.» 42Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.» 43Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. 44Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. 45Viene entonces donde los discípulos y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46¡Levantaos!, ¡vamonos! Mirad que el que me va entregar está cerca.»
Prendimiento de Jesús.
47Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de uno de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48El que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle.» 49Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso. 50Jesús le dijo: «Amigo, ¡a lo que estás aquí!» Entonces aquellos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. 51En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. 52Dícele entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. 53¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? 54Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?» 55En aquel momento dijo Jesús a la gente: «¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvisteis. 56Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.» Entonces los discípulos le abandonaron todos y huyeron.
Jesús ante el Sanedrín.
57Los que prendieron a Jesús le llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. 58Pedro le iba siguiendo de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver el final.
59Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con ánimo de darle muerte, 60y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos, 61que dijeron: «Éste dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo.» 62Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» 63Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.» 64Dícele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.» 65Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. 66¿Qué os parece?» Respondieron ellos diciendo: «Es reo de muerte.»
67Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, 68diciendo: «Adivínanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha golpeado?»
Negaciones de Pedro.
69Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y una criada se acercó a él y le dijo: «También tú estabas con Jesús el Galileo.» 70Pero él lo negó delante de todos: «No sé qué dices.» 71Cuando salía al portal, le vio otra criada y dijo a los que estaban allí: «Éste estaba con Jesús el Nazareno.» 72Y de nuevo lo negó con juramento: «¡Yo no conozco a ese hombre!» 73Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Ciertamente, tú también eres de ellos, pues además tu misma habla te descubre!» 74Entonces él se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre!» Inmediatamente cantó un gallo. 75Y Pedro se acordó de aquello que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.» Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
Jesús llevado ante Pilato.
27 1Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejos contra Jesús para darle muerte. 2Y después de atarle, le llevaron y le entregaron al procurador Pilato.
Muerte de Judas.
3Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, 4diciendo: «Pequé entregando sangre inocente.» Ellos dijeron: «A nosotros, ¿qué? Tú verás.» 5Él tiró las monedas en el Santuario; después se retiró y fue y se ahorcó. 6Los sumos sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio de sangre.» 7Y después de deliberar, compraron con ellas el Campo del Alfarero como lugar de sepultura para los forasteros. 8Por esta razón ese campo se llamó «Campo de Sangre», hasta hoy. 9Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Y tomaron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue apreciado aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, 10y las dieron por el Campo del Alfarero, según lo que me ordenó el Señor.»
Jesús ante Pilato.
11Jesús compareció ante el procurador y el procurador le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «Sí, tú lo dices.» 12Y, mientras los sumos sacerdotes y los ancianos le acusaban, no respondió nada. 13Entonces le dice Pilato: «¿No oyes de cuántas cosas te acusan?» 14Pero él a nada respondió, de suerte que el procurador estaba muy sorprendido.
15Cada Fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. 16Tenían a la sazón un preso famoso, llamado Barrabás. 17Y cuando ellos estaban reunidos, les dijo Pilato:«¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?», 18pues sabía que le habían entregado por envidia.
19Mientras él estaba sentado en el tribunal, le mandó decir a su mujer: «No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa.»
20Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 21Y cuando el procurador les dijo: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?», respondieron: «¡A Barrabás!» 22Díceles Pilato: «Y ¿qué voy a hacer con Jesús, llamado el Cristo?» Y todas a una: «¡Sea crucificado!» –23«¿Pero ¿qué mal ha hecho?», preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza: «¡Sea crucificado!» 24Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis.» 25Y todo el pueblo respondió: «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» 26Entonces, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entregó para que fuera crucificado.
Coronación de espinas.
27Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. 28Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; 29y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»; 30y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza. 31Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle.
La Crucifixión.
32Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz. 33Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, «Calvario», 34le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. 35Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes. 36Y se quedaron sentados allí para custodiarle.
37Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: «Este es Jesús, el Rey de los judíos.» 38Y al mismo tiempo que a él crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús en cruz ultrajado.
39Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: 40«Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!» 41Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: 42«A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. 43Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: ‘Soy Hijo de Dios’.» 44De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con él.
Muerte de Jesús.
45Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. 46Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» 47Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama éste.»
48Y en seguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. 49Pero los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle.» 50Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu.
51En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. 52Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. 53Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. 54Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «Verdaderamente éste era el Hijo de Dios.»
55Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús de Galilea para servirle. 56Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Sepultura de Jesús.
57Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús. 58se presentó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato dio orden de que se le entregase. 59José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia 60y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue. 61Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.
Custodia del sepulcro.
62Al otro día, el siguiente a la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato 63y le dijeron: «Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: ‘A los tres días resucitaré’. 64Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: ‘Resucitó de entre los muertos’, y la última impostura sea peor que la primera.» 65Pilato les dijo: «Tenéis una guardia. Id, aseguradlo como sabéis.» 66Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.
Durante todo este período el número de seguidores de Jesús no paró de crecer, destacando especialmente entre ellos a los once apóstoles que quedaron tras la traición y muerte de Judas, y un personaje nuevo que surgirá tiempo después, conocido por los cristiano con el nombre de Pablo de Tarso. La Biblia se refiere a un periodo inmediatamente posterior a la muerte de Jesús, durante el cuál sus seguidores estuvieron escondidos con miedo a los que le mataron. Al finalizar este periodo la Biblia hace referencia a otro hecho importante: la visita del Espíritu Santo a los apóstoles, junto con la aparición de Jesús a varios discípulos, incluyendo a Saulo, que posteriormente se convirtió al cristianismo con el nombre de Pablo (se hace referencia a él como a el primer teólogo cristiano), que con sus conocidas cartas (a los romanos, a los corintios) da a conocer el cristianimo por todo el imperio romano. A partir de aquí la expansión del cristianismo se produce de una manera gigantesca.
«No es el discípulo más que el Maestro» (Mt X, 24), había advertido Jesús a los suyos, cuando aún permanecía con ellos en la tierra. El Sanedrín declaró a Jesús reo de muerte por proclamar que Él era el Mesías, el Hijo de Dios. La hostilidad de las autori­dades de Israel, que habían condenado a Cristo, debía dirigirse luego contra los Apóstoles, que anunciaban a Jesucristo Resucitado y confirmaban su predicación con milagros obrados ante todo el pueblo.
El Sanedrín intentó silenciar a los Apóstoles, pero Pedro respondería al Sumo Sacerdote que «es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Act V, 29). Los Apóstoles fueron azotados, pero ni las amenazas ni la violencia lograron acallarlos, y salieron gozosos «por haber sido hallados dignos de sufrir oprobio» por el nombre de Jesús. La muerte del diácono San Esteban, lapidado por los judíos, señaló el principio de una gran persecución contra los discípulos de Jesús. La separación entre Cristianismo y Judaismo se hizo cada vez más profunda y patente.
Sin embargo, el cristianismo tuvo primero que asentar su relación con el orden político. Dentro del Imperio romano, y como secta judía, la Iglesia cristiana primitiva compartió la misma categoría que tenía el judaísmo, pero antes de la muerte del emperador Nerón en el 68 ya se le consideraba rival de la religión imperial romana. Las causas de esta hostilidad hacia los cristianos no eran siempre las mismas y, por lo general, la oposición y las persecuciones tenían causas muy concretas. Sin embargo, la lealtad que los cristianos mostraban hacia su Señor Jesús, era irreconciliable con la veneración que existía hacia el emperador como deidad, y los emperadores como Trajano y Marco Aurelio, que estaban comprometidos de manera más profunda con mantener la unidad ideológica del Imperio, veían en los cristianos una amenaza para sus propósitos; fueron ellos quienes decidieron poner fin a la amenaza. Al igual que en la historia de otras religiones, en especial la del islam, la oposición a la nueva religión creaba el efecto inverso al que se pretendía y, como señaló el epigrama de Tertuliano, miembro de la Iglesia del norte de África, “la sangre de los mártires se transformará en la semilla de cristianos”. A comienzos del siglo IV el mundo cristiano había crecido tanto en número y en fuerza, que para Roma era preciso tomar una decisión: erradicarlo o aceptarlo. El emperador Diocleciano (el emperador que más persecuciones realizó contra los cristianos) trató de eliminar el cristianismo, pero fracasó; el emperador Constantino I el Grande optó por contemporizar, y acabó creando un imperio cristiano. La conversión del emperador Constantino situó al cristianismo en una posición privilegiada dentro del Imperio; se hizo más fácil ser cristiano que no serlo. Como resultado, los cristianos comenzaron a sentir que se estaba rebajando el grado de exigencia y sinceridad de la conducta cristiana y que el único modo de cumplir con los imperativos morales de Cristo era huir del mundo (y de la Iglesia que estaba en el mundo), y ejercer una profesión de disciplina cristiana como monje. Desde sus comienzos en el desierto egipcio, con el eremitorio de san Antonio, el monaquismo cristiano se propagó durante los siglos IV y V por muchas zonas del Imperio romano. Los monjes cristianos se entregaron al rezo y a la observación de una vida ascética, pero no sólo en la parte griega o latina del Imperio romano, sino incluso más allá de sus fronteras orientales, en el interior de Asia. Durante el inicio de la edad media, estos monjes se transformaron en la fuerza más poderosa del proceso de cristianización de los no creyentes, de la renovación del culto y de la oración y, a pesar del antiintelectualismo que en reiteradas ocasiones trató de hacer valer sus derechos entre ellos, del campo de la teología y la erudición.
Durante el siglo IV y el V el imperio romano se escindió en dos: el imperio romano de occidente, que caería en el 476, fue conquistado por los pueblos germánicos, que, en su origen paganos, se fueron convirtiendo al cristianismo a medida que avanzaba la conquista; y el imperio romano de oriente, conocido posteriormente con el nombre de imperio bizantino, que perduró hasta el 1453, fecha en la que fue conquistado por los turcos



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Expansión del cristianismo en torno al año 325 (azul claro) y 600 (azul oscuro)


3 Dogma

Los cristianos creen varias cosas: creen que su dios es único (es decir, son monoteístas), que envió a su Hijo, Jesucristo, a morir ´para salvar a la raza humana en la cruz, y que Jesús era el Mesías que esperaban los judíos. Asímismo creen en la existencia del infierno, del cielo (paraíso, el lugar donde vive Dios) y el purgatorio. Luego hay algunos matices distintos entre cada una de las iglesias

3.1 Iglesia católica

Los que pertenecen a la iglesia católica creen además las siguientes cosas: creen en la Santísima Trinidad, es decir, creen que Dios está formado por varias personas: el Padre, el Hijo (Jesús), y el Espíritu Santo. Creen en la Biblia católica, formada por el Nuevo Testamento (Evangelio de San Marcos, Evangelio de San Lucas, Evangelio de San Mateo, Evangelio de San Juan, Los Hechos de los Apóstoles, las cartas de San Pablo, que son un total de 21 y finalmente el Apocalipsis) formado por un total de 27 libros autorizados (de los no autorizados o reconocidos hablaré más tarde, son conocidos como los textos apócrifos), y por el Antiguo Testamento (del cuál la mayor parte de los libros forman parte de los textos sagrados judíos) con un total de 46 libros, que forman un total de 73 entre Antiguo y Nuevo Testamento. Creen también en la Vírgen María, conocida como la madre de Dios, que dicen que fue concebida sin el pecado original, y que concibió a Jesús por la obra del Espíritu Santo (de esta parte sale uno de los hechos más importantes del cristianismo, la Anunciación del arcángel san Gabriel a María).
Como reacción a la insistencia protestante durante la Reforma sobre el principio de las Escrituras como única fuente, el Concilio de Trento afirmó en su cuarta sesión que la verdad cristiana se encuentra en los “libros escritos” y en las “tradiciones no escritas”. Aunque en esta decisión se habla sobre todo y casi en exclusiva de la Biblia, la inserción de la expresión “tradiciones no escritas” se interpretó hasta hace poco tiempo como la existencia de “dos fuentes” para iluminar la doctrina. Hoy se debate sobre su sentido, pero su importancia ha sido reducida al haberse llegado a un acuerdo entre los estudiosos católicos y protestantes: se admite que los libros del Nuevo Testamento son por sí mismos fruto de varias tradiciones o escuelas de la Iglesia primitiva.
En relación con el concepto teológico de tradición se encuentra la doctrina referente a la sucesión apostólica, es decir, la transmisión sin interrupción de la función religiosa desde los tiempos de Jesús hasta la actualidad. La doctrina se encuentra ya en las Epístolas a los corintios, pero es atribuida, según la tradición, al papa Clemente I. Existe también en una versión revisada dentro de algunas confesiones protestantes, pero se sostiene con mayor intensidad dentro de la Iglesia católica. Se la considera como la fuente de la sucesión de los obispos en su ejercicio, y de su autoridad y liderazgo. El ejemplo más evidente es que el papa es el sucesor de san Pedro, elegido por Jesús como la máxima autoridad de su Iglesia (Mt. 16,16-18). Por tanto, el catolicismo le otorga la misma autoridad y los mismos dones espirituales en la Iglesia de hoy que en las primeras comunidades apostólicas.
Implícita en estas creencias está la idea de que la Iglesia tiene el derecho y el deber de enseñar la doctrina y la moral cristianas de forma autorizada. La corrección de estas enseñanzas viene asegurada por la presencia continuada del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia. A efectos prácticos, la teología católica atribuye esta autoridad a los obispos, al papa y a los concilios ecuménicos. En ciertas circunstancias, sus enseñanzas se consideran infalibles; la autoridad de la Iglesia en sus enseñanzas se denomina de modo global como magisterio de la Iglesia desde el siglo XIX.
Dado el énfasis que la doctrina católica pone en la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia, la teología católica se ha ocupado más de los estudios eclesiásticos que la teología de otros credos cristianos. Para corregir una concepción demasiado jurídica de la Iglesia, el Concilio Vaticano II denominó misterio a esta presencia y favoreció expresiones como “pueblo de Dios” para describirlo. Una creencia fundamental de la Iglesia católica a lo largo de todos los tiempos es que el amor y la gracia divina sólo pueden ser transmitidos al mundo a través de la Iglesia.
Debido a las críticas que recibe la Iglesia católica por dejar que la veneración a los santos oscurezca la adoración debida a Dios, la Iglesia ha intentado limitarla reduciendo el número de santos con días señalados en la liturgia. Los católicos también creen que pueden ayudar a través de sus rezos y sus buenas acciones a quienes han muerto sin haber sido purificados de sus pecados. Esta creencia está muy relacionada con las doctrinas del purgatorio y de la indulgencia.

3.2 Iglesia ortodoxa

Después del siglo IV, y cada cierto tiempo, surgieron situaciones de tensión entre Constantinopla y Roma. Después de la caída del Imperio romano de Occidente ante la presión de las invasiones de pueblos germanos en el 476, el papa pasó a ser el único guardián del universalismo cristiano de Occidente. Comenzó, de forma más explícita, a proclamar la primacía de Roma, por haber sido el lugar donde fue martirizado y enterrado san Pedro, a quien Jesús se había referido como la “piedra” sobre la que debía construirse la Iglesia (Mt. 16,18). Los cristianos de Oriente respetaban aquella tradición y al obispo de Roma le reconocían una cierta autoridad doctrinal y moral. Sin embargo, consideraban que los derechos canónicos y privados de las diversas iglesias estaban determinados ya, por encima de cualquier consideración histórica. De este modo, el patriarcado de Constantinopla comprendió que su posición estaba determinada por el hecho de ser el lugar de asentamiento del emperador y del Senado, herederos del Imperio romano en su totalidad.
Las dos interpretaciones de la palabra primacía —“apostólica” en Occidente y “pragmática” en Oriente— coexistieron durante muchos siglos, evitando las posibles tensiones de un modo conciliatorio. Sin embargo, los conflictos posteriores las llevaron a un cisma permanente. Durante el siglo VII, en el reino visigodo de la península Ibérica, en el credo aceptado con carácter universal se interpoló la palabra latina filioque, que significa “y del Hijo”, interpretando el credo así: “Creo... en el Espíritu Santo... que viene del Padre y del Hijo”. En Europa, la interpolación, que en principio fue rechazada por los papas, fue aceptada por Carlomagno (coronado emperador de los romanos en el 800) y por sus sucesores. Más adelante, también fue aceptada en Roma (hacia el año 1014). Sin embargo, la Iglesia oriental consideraba que esta interpolación era una herejía. Además, hubo otros asuntos que también provocaron controversia, por ejemplo, el hecho de ordenar sacerdotes a hombres casados, y el uso de pan sin levadura para la eucaristía. Estos conflictos, considerados menores, eran irresolubles porque ambas partes se hallaban en posiciones contrapuestas sin remisión. El Papado se consideraba a sí mismo el tribunal supremo en asuntos de fe y de disciplina, mientras que los cristianos orientales se aferraban a la autoridad de los concilios, considerando que existía igualdad entre las iglesias locales.
Se considera que los anatemas que fueron intercambiados en Constantinopla en 1054 entre el patriarca Miguel Cerulario y los legados papales, marcaron el inicio definitivo del cisma. Sin embargo, la ruptura fue, en realidad, un distanciamiento paulatino, que comenzó entonces y culminó con el saqueo de Constantinopla realizado por los ejércitos de los cruzados occidentales en 1204.
A finales de la edad media hubo varios intentos de reconciliación, siendo los más importantes las reuniones celebradas en Lyon (1274) y en Florencia (1438-1439), pero ambas fracasaron. Las peticiones pontificias para ejercer la supremacía máxima en el ámbito cristiano no eran conciliables con los principios autonomistas ortodoxos, agravándose aún más estas diferencias religiosas por culpa de malos entendidos culturales y políticos.
La Iglesia ortodoxa, por medio de sus declaraciones doctrinales y de sus textos litúrgicos, mantiene firmemente que es ella la que sostiene la fe cristiana original, que compartió con la Iglesia de Occidente durante el I milenio de la era cristiana. Reconoce la autoridad de los concilios ecuménicos en los que ambas iglesias tuvieron representación unicolegial. Estos sínodos fueron el I Concilio de Nicea (325), el I Concilio de Constantinopla (381), el Concilio de Éfeso (431), el Concilio de Calcedonia (451), el II Concilio de Constantinopla (553), el III Concilio de Constantinopla (680) y el II Concilio de Nicea (787). Las últimas afirmaciones doctrinales de la Iglesia ortodoxa, como por ejemplo los importantes conceptos que se acuñaron durante el siglo XIV con respecto a la comunión con Dios, son considerados sólo como el desarrollo de la fe original de la Iglesia primitiva.
Una de las características de la Iglesia ortodoxa es su preocupación por mantener una continuidad y una tradición. Pero esto no implica un culto al pasado, sino más bien un sentido de identidad y continuidad con los testimonios apostólicos originales, tal y como se realizaban a través de la comunidad sacramental de cada iglesia local. El Espíritu Santo, cuya gracia se recibe en Pentecostés, es considerado el guía de la Iglesia hacia “la verdad completa” (Jn. 16,13). Se concede la gracia para enseñar y para orientar a la comunidad a ciertos ministros (en especial a los obispos de cada diócesis) o se expresa a través de ciertas instituciones (como los concilios). Sin embargo, puesto que la Iglesia no está formada sólo por obispos o por clérigos, sino también por toda la comunidad laica, la Iglesia ortodoxa defiende la creencia de que “el pueblo de Dios” es el guardián de la fe.
Esta creencia de que la verdad es inseparable de la vida de la comunidad, ofrece las bases para el entendimiento estricto de la sucesión apostólica de los obispos. Consagrados por sus iguales y ocupando el lugar de Cristo en la Última Cena, momento en el que se reúne la Iglesia, los obispos son los guardianes y testigos de una tradición que se remonta de forma ininterrumpida hasta los apóstoles y que unifica a las iglesias locales en la comunidad de la fe.
Los concilios ecuménicos del I milenio de la era cristiana definieron las doctrinas básicas del cristianismo sobre los pilares de la Santísima Trinidad, de la Persona única y de la doble naturaleza de Cristo y sus dos voluntades, expresando la autenticidad y plenitud de su divinidad y humanidad. Estas doctrinas están expuestas en forma inequívoca en todas las declaraciones de fe ortodoxas y en sus himnos litúrgicos. Por otro lado, y a la luz de esta doctrina tradicional, basada en la persona de Cristo, la Virgen María es venerada como madre de Dios. Sin embargo, el posterior desarrollo de la mariología y el dogma católico de la Inmaculada Concepción no son admitidos por la Iglesia ortodoxa. Se la invoca por haber sido la persona más cercana al Salvador y, por lo tanto, poder interceder por toda la humanidad caída en pecado. Así, María es considerada una figura muy importante, de lo que dan testimonio sus abundantes representaciones iconográficas.La Iglesia ortodoxa acepta la doctrina de los siete sacramentos, a pesar de que nunca ha habido una autoridad final que haya limitado los sacramentos a este número. El más importante es el de la eucaristía; le siguen el bautismo (que se realiza por inmersión), la confirmación (que sigue al bautismo y se administra por la unción con el crisma), la penitencia, la ordenación sacerdotal, el matrimonio y la extremaunción. Algunos autores medievales incluían otros sacramentos, como la tonsura monástica, el entierro y la bendición del agua.
La legislación canónica ortodoxa permite que hombres casados sean sacerdotes. Sin embargo, los obispos son elegidos entre los sacerdotes célibes o viudos.


3.3 Iglesia protestante o Protestantismo

Iglesia luterana

Luteranismo, denominación que recibe la doctrina aceptada por la principal comunidad vinculada al protestantismo, cuyos orígenes como movimiento se remontan al siglo XVI, cuando Martín Lutero (del que recibe su nombre) enunció sus principios básicos, germen a su vez de la llamada Reforma protestante.
Lutero, monje agustino y catedrático de Teología Bíblica de la Universidad de Wittenberg desde 1512, asumió como objetivo básico de su vida la reforma de la Iglesia cristiana de Occidente. Tras ser excomulgado en 1521 junto a sus seguidores por el papa León X, el luteranismo tuvo que desarrollarse a partir de la creación de iglesias nacionales independientes, precipitando así la ruptura de la unidad del cristianismo occidental. Lutero deploraba el término “luterano”, por lo que en un principio esta comunidad se llamó Iglesia evangélica de la Confesión de Augsburgo o Iglesia evangélica. Los luteranos escandinavos adoptaron los nombres de sus respectivos países para denominar sus iglesias (por ejemplo, Iglesia de Suecia). Como resultado del activo movimiento misionero que protagonizó durante los siglos XVIII y XIX, el luteranismo se convirtió en una comunión de alcance mundial y en la actualidad es la confesión protestante más importante del planeta, profesada por aproximadamente 80 millones de personas.
La salvación, según la doctrina luterana, no depende del mérito o de la virtud de los hombres sino que es un regalo inmerecido de la gracia soberana de Dios. Todos los seres humanos son considerados pecadores y, como consecuencia del pecado original, son esclavos del mal e incapaces de contribuir a su liberación (doctrina del mal radical). Los luteranos sostienen que la fe, entendida como la confianza en el amor inquebrantable de Dios, es la única forma apropiada que los individuos tienen para responder a la iniciativa de salvación por parte de Dios. De esta forma la “salvación sólo por la fe” se convirtió en el característico, y polémico, estandarte del luteranismo. Sus adversarios sostenían que esta opinión no hace justicia a la responsabilidad cristiana de practicar buenas obras, aunque los teólogos luteranos respondieron que la fe debe hallarse viva en el amor y que las buenas obras emanan de la fe igual que un buen árbol produce buenos frutos.
La Iglesia luterana se define a sí misma como “la asamblea de creyentes entre los que se predica el Evangelio y se administran los santos sacramentos según el Evangelio” (Confesión de Augsburgo, VII). Por lo tanto, la Biblia fue considerada el núcleo fundamental del culto luterano y los sacramentos quedaron reducidos al bautismo y a la eucaristía, en tanto que, según la interpretación luterana de las Sagradas Escrituras, son los únicos que fueron instituidos por Cristo. El culto se celebraba en las distintas lenguas autóctonas (conocidas por el pueblo, que no hablaba, en cambio, el latín, lengua oficial de la liturgia católica) y se destacaba la predicación en el oficio divino. El luteranismo no cambió de forma radical la estructura de la misa de la edad media, pero la utilización de las lenguas vernáculas realzó la importancia de los sermones, que se basaban en la exposición de las Escrituras, y, asimismo, estimuló la participación comunitaria en el culto, en especial a través del canto de la liturgia y de los himnos. El propio Lutero escribió muchos de estos últimos, que alcanzaron gran popularidad.
En la celebración luterana de la eucaristía el pan y el vino son recibidos por todos los comulgantes, mientras que los católicos permitían el vino sólo a los sacerdotes. A diferencia de otros grupos protestantes, en particular los anabaptistas, los luteranos proclaman la presencia física real de Cristo “en, con y bajo” los elementos del pan y el vino en la eucaristía, creencia que defienden por la promesa que el propio Jesucristo hizo en la institución de la Sagrada Comunión cuando dijo: “Este es mi cuerpo” y “Esta es mi sangre” (Mt. 26, 26-28).
El luteranismo insiste en la práctica tradicional del sacramento del bautismo infantil para que la gracia de Dios ilumine al recién nacido. En su opinión, el bautismo significa amor incondicional de Dios, que es independiente de cualquier mérito intelectual, moral o emocional por parte de los seres humanos.
Para el luteranismo los santos no constituyen una clase superior de cristianos, sino que también son pecadores salvados por la gracia a través de la fe en Jesucristo; todo cristiano es, a la vez, santo y pecador. La doctrina luterana del sacerdocio de todos los creyentes está relacionada con el bautismo, por el que todos los cristianos, hombres y mujeres, se convierten en ministros de Dios, sirviéndole durante toda su vida a partir de sus actividades personales, entendiendo que todas ellas brindan las mismas opciones al conjunto de los fieles. La misión de pastor posee un valor especial, basado en una llamada de Dios y con la aprobación de una congregación de cristianos. A diferencia de los sacerdotes católicos romanos, los pastores luteranos pueden contraer matrimonio.
Aunque los luteranos aceptan los libros canónicos de la Biblia como “la única regla y norma según la cual todas las doctrinas y maestros deben ser juzgados” (Fórmula de concordia), recomiendan también la consulta de los Libros apócrifos del Antiguo Testamento para promover la edificación cristiana y los han introducido según la tradición en las versiones canónicas de la Biblia. Los luteranos aceptan la autoridad de los tres credos ecuménicos (Credo apostólico, Credo de Nicea y Credo de Atanasio) y utilizan de modo regular los dos primeros en los servicios de culto. Las declaraciones doctrinales más destacadas del luteranismo son: la Misa alemana y Orden del culto (1525); los Artículos de Esmalcalda (1537); el Pequeño catecismo (1529) y el Gran catecismo (1529), obras de Lutero; la Confesión de Augsburgo (1530); la Apología (1531), escrita por Philip Melanchthon; y la Fórmula de Concordia (1577), redactada por una comisión de teólogos tras la muerte de los primeros reformadores. Estos documentos constituyeron el Libro de Concordia, adoptado por los príncipes y las ciudades luteranas en 1580. Sin embargo, tan sólo los credos, la Confesión de Augsburgo y los dos catecismos de Lutero han sido reconocidos por la totalidad de las Iglesias luteranas.
Debido a haber surgido en el siglo XVI, las comunidades luteranas europeas más antiguas están vinculadas de forma muy estrecha a sus respectivos gobiernos en calidad de iglesias nacionales oficiales, bien de forma exclusiva (como en los países escandinavos) o en un acuerdo paralelo con el catolicismo romano (como sucede en Alemania). En ambas situaciones los demás grupos religiosos tienen completa libertad de culto pero no el mismo apoyo por parte del gobierno. En los países no europeos las iglesias son organizaciones religiosas voluntarias. El luteranismo nunca se ha desarrollado como un sistema uniforme de gobierno eclesiástico; existen estructuras comunitarias, presbiterianas y episcopales, aunque en el siglo XX ha aparecido una tendencia a otorgar el título de obispo a dirigentes electos de judicaturas (sínodos, distritos, iglesias).

Calvinismo

Calvinismo, teología cristiana del reformador de la Iglesia Juan Calvino. El trabajo de Calvino Institutio christianae religionis (Institución de la religión cristiana, 1536-1559) fue el que tuvo mayor influencia en el desarrollo de las iglesias protestantes de la tradición reformada.
La doctrina calvinista se basa en la tradición teológica paulina y agustiniana. Dentro de sus dogmas más importantes se incluye la creencia en la soberanía absoluta de Dios y la doctrina de la justificación sólo por medio de la fe. Lo mismo que el reformador religioso alemán Martín Lutero, Calvino rechazaba el hecho de que los seres humanos fueran capaces de gozar del libre albedrío después de la caída de Adán, pero Calvino llegó incluso más allá de Lutero en la elaboración de una doctrina de la predestinación (algunas personas han sido elegidas por Dios para salvarse, mientras que otras son rechazadas por Él y están destinadas sin remedio a sufrir la condenación eterna). Calvino también compartía la idea de Lutero de que la Biblia constituía la única norma para una vida de fe, aunque no estaba de acuerdo con Lutero en la defensa que éste hacía del sometimiento del Estado a la Iglesia, como tampoco en su teología sobre la Eucaristía. Muchos de los principios del calvinismo tuvieron fuertes implicaciones sociales, en particular el que señala que la economía, la industria y el trabajo penoso forman parte de la virtud moral, y que el éxito en los negocios es una evidencia de la gracia divina. Como estas teorías ayudaban a crear un clima muy apropiado para el comercio, Calvino jugó un papel trascendental en la transición del feudalismo a la implantación del capitalismo.
A comienzos del siglo XVII, en muchos lugares el calvinismo había sido adoptado por grupos protestantes. El Sínodo de Dort, en Holanda (1618-1619), acomodó estas formas de pensar a su sistema, creando así la ortodoxia holandesa. Los calvinistas franceses fundaron el movimiento hugonote, perseguido por la iglesia católica apostólica romana. En Inglaterra se desarrolló el puritanismo, y muy pronto logró tener una fuerte influencia, en especial durante la dictadura de Oliver Cromwell. La confesión de Westminster (1646) representa la expresión sistematizada de la teología puritana. En 1648, el calvinismo fue adoptado por la iglesia de Escocia, convirtiéndose en el credo básico del presbiterianismo tanto de Gran Bretaña como del resto del mundo. Muchos puritanos ingleses, insatisfechos con las políticas de la iglesia anglicana, emigraron a Estados Unidos durante la época colonial.
El calvinismo sigue siendo una rama importante dentro del pensamiento protestante. Durante el siglo XX, el influyente teólogo suizo Karl Barth puso gran énfasis en la doctrina calvinista referente a la soberanía de Dios, que minimiza la importancia de cualquier actividad humana.

Iglesia anglicana

Iglesia anglicana o Iglesia de Inglaterra, nombres que recibe la Iglesia nacional surgida en Inglaterra tras la Reforma protestante. Por la segunda de las acepciones también se reconoce a la antigua Iglesia cristiana inglesa, cuyos orígenes se remontan a la propia llegada del cristianismo a este país.
Las acciones del Parlamento entre 1529 y 1536 marcaron el inicio de la Iglesia anglicana como iglesia nacional, independiente de la jurisdicción papal. El gran contratiempo que le provocó al rey Enrique VIII la negativa que recibió de parte del papa Clemente VII con respecto a la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, indujo al Parlamento inglés a crear una serie de estatutos que rechazaban todo poder y jurisdicción papal sobre la Iglesia de Inglaterra. El rey reafirmó el antiguo derecho de los príncipes cristianos a ejercer la supremacía sobre los asuntos de la Iglesia que estaba dentro de sus dominios. Citó precedentes respecto de las relaciones entre la Iglesia durante el Imperio romano de Oriente y hasta el siglo IX, bajo Carlomagno. A pesar de que su actuación resultó convulsiva, Enrique VIII fue apoyado de forma abrumadora por los ingleses, tanto clérigos como laicos. Principalmente, porque no se introdujeron cambios drásticos ni en la fe católica ni en las prácticas religiosas a que estaban acostumbrados los ingleses. Después de la muerte del rey Enrique VIII, en Inglaterra se hizo sentir con más fuerza la influencia de la Reforma, y en 1549 se publicó el primer libro de oraciones anglicanas, estableciendo la obligatoriedad de que fuera usado por los clérigos ingleses; el hecho quedó refrendado por el Acta de la Uniformidad. El segundo libro de oraciones, que refleja con más fuerza la influencia del protestantismo continental, fue editado en 1552, seguido al poco tiempo por la publicación de los Cuarenta y dos artículos, un estatuto doctrinal de similares características. La doctrina de la Iglesia anglicana se basa en el libro de oraciones habituales que contiene los antiguos credos de un cristianismo no dividido. En segundo lugar, se basa en los Treinta y nueve artículos, que son interpretados según el libro de las oraciones. Hacen un llamamiento a los primeros cuatro concilios generales de la Iglesia cristiana, las Sagradas Escrituras interpretadas por “los padres de la Iglesia y los antiguos obispos”. La Iglesia anglicana difiere de la Iglesia católica principalmente en su rechazo del Papado, tanto en el aspecto de su jurisdicción sobre la Iglesia como en relación a su infalibilidad a la hora de promulgar la doctrina cristiana y la verdad moral, y en su rechazo de doctrinas y modos característicos de Roma. Como se ha dicho, y también a diferencia de la Iglesia católica, la Iglesia anglicana autoriza la ordenación femenina. La Iglesia anglicana difiere muy poco de la Iglesia ortodoxa oriental. Por otro lado, la Iglesia anglicana y sus iglesias hermanas en la Comunión anglicana difieren de la mayoría de las iglesias protestantes porque exigen que los obispos sean los que ordenen al clero, pastores y diáconos; en la estructura y matices de sus servicios litúrgicos, que son traducciones y versiones revisadas de los servicios que celebraba la iglesia antes de la Reforma, y en la orientación espiritual, en la que la herencia católica sacramental se combina con el énfasis bíblico y evangélico que acentuaron con la Reforma.

Anabaptistas

Anabaptistas, nombre aplicado a ciertas sectas religiosas que surgieron en Europa durante la Reforma, principalmente en países como Alemania, los Países Bajos y Suiza. El nombre significa “el que se bautiza nuevamente”; se refiere a la práctica anabaptista de bautizar a adultos, aunque la persona ya hubiera sido bautizada en su infancia.
Al igual que los luteranos y los calvinistas, los anabaptistas creían que la fe que cada persona tuviera en Dios era de suprema importancia, en oposición a los rituales y al derecho a juicios independientes y personales. Sin embargo, los anabaptistas se diferenciaban de los luteranos y de los calvinistas porque ellos defendían, entre otras prácticas, la no-violencia y estaban en contra de las iglesias gobernadas por el Estado. Este movimiento se basaba en congregaciones voluntarias de conversos, los que se habían sometido a la experiencia del bautismo siendo adultos y por decisión personal. La Iglesia del Estado estaba organizada de forma jerárquica, basada en la parroquia que a cada persona le correspondía, ya fuera porque había nacido allí o porque vivía cerca de ella. Algunos anabaptistas querían establecer comunidades cristianas comunales e igualitarias, y no estaban de acuerdo con participar en el gobierno civil y con prestar juramentos. El último estatuto disciplinario de la Iglesia, la exclusión, llevaba a la excomunión y al ostracismo a los pecadores impenitentes.










4 Libro sagrado

Biblia, también llamada Santa Biblia, libro sagrado o Escrituras, de judíos y cristianos. Sin embargo, las Biblias del judaísmo y del cristianismo difieren en varios aspectos importantes. La Biblia judía son las escrituras hebreas, 39 libros escritos en su versión original en hebreo, a excepción de unas pocas partes que fueron redactadas en arameo. La Biblia cristiana consta de dos partes: el Antiguo Testamento y los 27 libros del Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del cristianismo estructuran el Antiguo Testamento de modo algo diferente. La exégesis del Antiguo Testamento leída por los católicos es la Biblia del judaísmo más otros siete libros y adiciones (véase la tabla adjunta). Algunos de los libros adicionales fueron escritos en su versión primitiva en griego, al igual que el Nuevo Testamento. Por su parte, la traducción protestante del Antiguo Testamento se limita a los 39 libros de la Biblia judía. Los demás libros y adiciones son denominados apócrifos por los protestantes y libros deuterocanónicos por los católicos.
El término Biblia llegó al latín del griego biblia o ‘libros’, forma diminutiva de byblos, el término para ‘papiro’ o ‘papel’ que se exportaba desde el antiguo puerto fenicio de Biblos. En la edad media, los libros de la Biblia eran considerados como una entidad unificada.
El orden y el número de los libros es distinto entre las versiones judía, protestante y católica de la Biblia. La Biblia del judaísmo se divide en tres partes bien diferenciadas: la Torá, o Ley, también llamada libros de Moisés; Profetas, o Neviím, dividida en Profetas Antiguos y Profetas Posteriores; y Hagiográficos, o Ketuvim, que incluye Salmos, los libros sapienciales y literatura diversa. El Antiguo Testamento cristiano organiza los libros según su contenido: el Pentateuco, que se corresponde con la Torá; los libros históricos; los libros poéticos o sapienciales, y los libros proféticos. Hay quienes han percibido en esta organización una cierta sensibilidad en cuanto a la perspectiva histórica de los libros: primero, los relativos al pasado; a continuación, los que hablan del presente; por último, los orientados hacia el futuro. Las versiones protestante y católica del Antiguo Testamento ordenan los libros en la misma secuencia, aunque los protestantes incluyen sólo los libros que aparecen en la Biblia judía.
El Nuevo Testamento incluye los cuatro Evangelios; los Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros tiempos del cristianismo; las Epístolas, o cartas, de Pablo y otros autores; y el Apocalipsis o Libro de la Revelación. Algunos libros identificados como epístolas —en particular la Epístola a los Hebreos— son en realidad tratados teológicos.
La Biblia es un libro religioso, no sólo en virtud de su contenido, sino también del uso que le dan cristianos y judíos. Se lee en la práctica totalidad de los servicios de culto público, sus palabras conforman la base de la predicación y la instrucción, y se emplea en el culto y estudio privados. El lenguaje de la Biblia ha moldeado y dado forma a las oraciones, liturgia e himnos del judaísmo y del cristianismo. Sin la Biblia, estas dos religiones habrían sido mudas.
Tanto la importancia reconocida como la real de la Biblia difieren de una forma considerable entre las diversas subdivisiones del judaísmo y del cristianismo, aunque todos sus fieles le atribuyen un mayor o menor grado de autoridad. Muchos reconocen que la Biblia es la guía íntegra y suficiente para todos los asuntos de la fe y de su práctica; por su parte, otros respetan la autoridad de la Biblia a la luz de la tradición o de la continuidad de la fe y de la práctica de la Iglesia desde los tiempos de los apóstoles.
Los primeros cristianos heredaron del judaísmo una concepción de las Escrituras que daba por sentado que constituían una fuente autorizada. En un principio no se propuso ninguna doctrina formal acerca de la inspiración de las Escrituras, como es el caso del islam, que sostiene que el Corán fue dictado desde los cielos. Sin embargo, por lo general los cristianos creían que la Biblia contenía la palabra de Dios tal y como fue transmitida por su Espíritu: primero a través de los patriarcas y profetas y más tarde por boca de los apóstoles. De hecho, los autores de los libros del Nuevo Testamento aludieron a la autoridad de las Escrituras hebreas en apoyo de sus alegaciones con respecto a Jesucristo.
La doctrina de la inspiración de la Biblia por el Espíritu Santo y de la infalibilidad de su contenido surgió en realidad durante el siglo XIX como respuesta al desarrollo de la crítica bíblica, estudios científicos que parecían poner en entredicho el origen divino de la Biblia. Esta doctrina sostiene que Dios es autor de la Biblia; por eso la Biblia es Su palabra. Los científicos bíblicos y los teólogos han propuesto numerosas teorías para explicar esta doctrina, que van desde un dictado verbal directo de las Escrituras por Dios, hasta una iluminación que ayudó al autor inspirado a comprender la verdad que expresaba, tanto si ésta era revelada como aprendida por la experiencia.
La importancia e influencia de la Biblia entre cristianos y judíos puede explicarse, en general, en términos externos e internos. La explicación externa es el poder de la tradición, de las costumbres y del credo: grupos religiosos que manifiestan estar guiados por la Biblia. En cierto sentido, el verdadero autor de las Escrituras es la comunidad religiosa, que las desarrolló, las reverenció, las utilizó y las canonizó (es decir, las incluyó en listas de libros bíblicos reconocidos de una forma oficial). Por otra parte, la explicación interna es lo que numerosos cristianos y judíos continúan sintiendo como poder del propio contenido de los libros bíblicos. El antiguo Israel y la primitiva Iglesia conocían muchos más textos religiosos que los que constituyen la Biblia actual. Sin embargo, los escritos bíblicos fueron venerados y utilizados por lo que decían y por cómo lo decían. Fueron canonizados con rango oficial porque la gran mayoría de los creyentes los utilizaba y creía en ellos. La Biblia es el auténtico documento fundamental del judaísmo y del cristianismo.
Es de público conocimiento que la Biblia, en sus centenares de diferentes traducciones, es el libro de mayor difusión en la historia de la humanidad. Es más: en todas sus formas, la Biblia ha sido influyente hasta llegar a extremos insólitos, y no sólo entre las comunidades religiosas que la consideran sagrada y la reverencian. En especial, la literatura, el arte y la música del mundo occidental tienen una enorme deuda con los temas, motivos e imágenes de la Biblia. Algunas traducciones al inglés, como la así llamada “Biblia Autorizada” (o versión del rey Jacobo, 1611) o la traducción de la Biblia al alemán por Martín Lutero (terminada en 1534), no sólo influyeron en la literatura sino que también promovieron el desarrollo de ambos idiomas. Estos efectos siguen vigentes en las naciones en proceso de formación, donde las traducciones de la Biblia a la lengua vernácula contribuyen a moldear las tradiciones lingüísticas futuras.





5 Culto

Cualquiera que sea su organización institucional, la comunidad de fe dentro de la Iglesia es la primera condición para proceder al culto cristiano. Todos los cristianos de las distintas tradiciones han subrayado el papel trascendente de la devoción y de la oración individual, tal y como lo indicó Jesús. Pero él también instituyó una oración universal, el Padrenuestro, cuyas primeras palabras subrayan la naturaleza y el sentido de comunidad que tiene el culto: “Padre Nuestro que estás en el cielo”. A partir del Nuevo Testamento, se estableció que el día que toda la comunidad cristiana destinaría a la adoración sería “el primer día de la semana”, el domingo, en conmemoración de la resurrección de Cristo. Lo mismo que el shabat judío, el domingo se destina al descanso. También es el día en que los creyentes se reúnen para oír la lectura y la predicación de la palabra de Dios recogida en la Biblia, para participar en los sacramentos y para rezar, alabar al Señor y darle gracias. Las necesidades del culto en comunidad han motivado la creación de miles de himnos, coros y cantos, así como de música instrumental, en especial para órgano. Desde el siglo IV, las comunidades cristianas han edificado construcciones especiales destinadas al culto, un hecho decisivo en la historia de la arquitectura y del arte en general.
Organizan el año por períodos y por fechas, siguiendo la tradición, Este calendario cristiano se denomina calendario litúrgico, en el que destacan el adviento (las cuatro semanas anteriores a la navidad) la cuaresma (tiempo de purificación y de ayuno previo a la Semana Santa), Semana Santa (simboliza los últimos días de vida de Jesús), Pascua, Pentecostés...

6 Iglesia y clero

La Iglesia es en general una institución muy jerárquizada, pero destacando entre ellas la iglesia católica, organizada de la siguiente manera:
  1. Diócesis: De acuerdo con la tradición cristiana primitiva, su unidad fundamental de organización es la diócesis, asignada a un obispo. La Iglesia católica está integrada por aproximadamente 1.800 diócesis y 500 archidiócesis, las cuales, en la actualidad, no son más que sedes más distinguidas sin la jurisdicción especial que mantenían antaño sobre los obispos cercanos. La iglesia más importante de una diócesis es la catedral, donde el obispo preside la misa y otras ceremonias. La catedral contiene la cátedra (del latín cathedra, ‘silla’) episcopal, desde donde el obispo predicaba a la comunidad en los primeros tiempos.
  2. Clero:  El clero secular y regular se encuentra bajo la directa jurisdicción del obispo. No se compone de miembros de órdenes o congregaciones religiosas, sino de los que han sido incorporados de una forma permanente a la diócesis bajo la autoridad del obispo local. Lo forman los sacerdotes de las parroquias y los que en ellas se encuentran destinados.
    Sin embargo, el clero regular se debe ante todo a sus órdenes o congregaciones, que generalmente van más allá de las fronteras de una sola diócesis. Mientras trabajen en ella deben respetar las decisiones del obispo en las cuestiones públicas referidas al culto, pero disfrutan de una gran libertad en el ejercicio de sus funciones. Lo mismo puede decirse de las monjas (y también, en su caso, las hermanas) y de los monjes, que pertenecen a una congregación pero que no forman parte del clero. Su tarea principal suele consistir en la atención a las escuelas, los hospitales y otras instituciones de caridad de la diócesis. Desde el Concilio Vaticano II, los laicos, es decir, los miembros de la Iglesia que no pertenecen a ninguna orden religiosa, han asumido un papel cada vez más importante ayudando a los sacerdotes y a los obispos, en especial en temas prácticos e incluso en el ejercicio pastoral, como la catequesis (formación religiosa).
  3. Obispos: El obispo posee el oficio litúrgico más importante de la diócesis. En síntesis, se distingue de un sacerdote en la capacidad de conferir las órdenes sagradas y de otorgar de forma habitual el sacramento de la confirmación. El obispo también ostenta el más alto poder jurídico: tiene derecho a admitir sacerdotes en su diócesis y a prohibirles el ejercicio dentro de ella; se encarga asimismo de asignar parroquias u otras tareas a los sacerdotes que están a su cargo. Por lo general, el obispo delega los problemas administrativos en su vicario, su canciller u otros funcionarios. En diócesis muy amplias puede recibir la ayuda de obispos auxiliares.
  4.  Papa: El rango de mayor autoridad de la Iglesia católica apostólica romana es el papa, cuyas resoluciones son decisivas en cualquier materia. El papa asigna o traslada de diócesis a los obispos. Aunque éstos ejercen sus poderes gracias a su condición, no pueden hacerlo de una forma legítima sin el permiso del pontífice. El 15 de septiembre de 1965, Pablo VI instituyó el Sínodo de los Obispos, un cuerpo representativo de obispos y otros cargos que puede ser consultado por el papa sobre asuntos importantes. El primer sínodo se reunió en la Ciudad del Vaticano en 1967 y desde entonces se ha vuelto a reunir en varias ocasiones. Los sínodos no deben confundirse con los concilios ecuménicos, solemnes reuniones de todos los obispos del mundo. La Iglesia católica sólo ha celebrado 21 concilios de este tipo en toda su larga historia. El último fue el Concilio Vaticano II (1962-1965). Mientras se reúnen con el papa, los concilios ejercen la autoridad suprema dentro de la Iglesia.
  5. Cardenales: Los cardenales son los más altos dignatarios de la Iglesia después del papa. Son nombrados por el sumo pontífice y forman el Sacro Colegio Cardenalicio. Al morir el papa eligen a su sucesor en un cónclave. La mayoría de los cardenales son obispos de diócesis situadas por todo el mundo y otros son jefes de congregaciones sagradas de la administración papal. El Sacro Colegio Cardenalicio estaba limitado a 70 miembros (6 obispos cardenales, 50 sacerdotes cardenales y 14 diáconos cardenales). En 2005 el número de cardenales era de 183, y la mayoría había sido nombrada por el papa Juan Pablo II.

7 Lugares sagrados

Al igual que en todas las religiones, el cristianismo posee varios lugares sagrados, que varían en importancia.
El lugar sagrado más conocido es la iglesia, el lugar donde se realiza el culto cristiano (misa) y donde se realizan los sacramentos, oficiado por un sacerdote. De la iglesia la parte más destacable es la capilla. Más importante que la iglesia es la catedral; se distingue de la iglesia en que en la catedral es el obispo quien realiza el culto. Hay también algunas ciudades sagradas muy importantes como es el caso de Roma (donde está el papa y el palacio del Vaticano), Santiago de Compostela, y Jerusalén, la ciudad donde Jesús predicó (la conquista de Jerusalén y de la parte este del mar Mediterráneo, conocido con el nombre de Tierra Santa, fue uno de los motivos principales de las famosas Cruzadas)

8 Ética cristiana

Todos los cristianos coinciden en que la vida de Jesús y su ejemplo deberían ser seguidos y que sus enseñanzas referentes al amor y a la fraternidad deberían sentar las bases de todas las relaciones humanas. Gran parte de sus enseñanzas encuentran su equivalencia en la predicación de los rabinos, después de todo Jesús era uno de ellos, o en las enseñanzas de Sócrates y de Confucio. En las enseñanzas del cristianismo, Jesús no puede ser menos que el supremo predicador y ejemplo de vida moral, pero, para la mayoría de los cristianos, eso, por sí mismo, no hace justicia al significado de su vida y obra.
Todas las referencias históricas que se tienen de Jesús se encuentran en los Evangelios, parte del Nuevo Testamento englobada en la Biblia. Otros libros del Nuevo Testamento resumen las creencias de la Iglesia cristiana primitiva. Tanto san Pablo como otros autores de las Sagradas Escrituras creían que Jesús fue el revelador no sólo de la vida humana en su máxima perfección, sino también de la realidad divina en sí misma.
El mandato y la exhortación de la predicación y las enseñanzas cristianas abarcan todos los temas referentes a la doctrina y a la moral. Los dos mandamientos más importantes del mensaje ético de Jesús (Mt. 22,34-40) son el amor a Dios y el amor al prójimo. La aplicación de estos mandamientos a situaciones concretas de la vida, ya sea en el orden personal o en el social, no genera uniformidad en el comportamiento moral ni en el social. Por ejemplo, hay cristianos que consideran pecaminosas las bebidas alcohólicas, pero los hay que no opinan igual. Existen cristianos que adoptan diferentes posturas sobre temas de actualidad, ya sea desde puntos de vista de extrema derecha, de extrema izquierda o de centro. A pesar de ello, es posible hablar de un modo de vida cristiano, aquel que participa de la llamada al servicio y a convertirse en discípulo de Cristo. El valor inherente a cada persona creada a la imagen de Dios, la santidad de la vida humana, así como el matrimonio y la familia, el esfuerzo por alcanzar la justicia, aunque sea en un mundo caído en la desgracia, son compromisos morales dinámicos que los cristianos deberían aceptar; sin embargo, sus conductas pueden no conseguir las metas que imponen estas normas. Ya desde las páginas del Nuevo Testamento se hace patente que siempre ha sido difícil la tarea de desarrollar las implicaciones o el alcance que puede tener una ética del amor, bajo las condiciones de la existencia cotidiana, y que en realidad nunca ha existido una ‘época dorada’ en la que haya sucedido lo contrario.
Sin embargo, dentro de la doctrina cristiana late la idea de esta época de oro, representada en la esperanza cristiana de una vida eterna. Jesús se refirió a esta esperanza con tanta insistencia que muchos de sus seguidores estaban a la espera del fin del mundo de un modo declarado y abierto, pues con ese fin sus vidas alcanzarían el reino de la eternidad. Desde el siglo I, esta expectación creó una actitud de flujo y reflujo, alcanzando a veces niveles de gran intensidad, y otras veces de una aparente aceptación del mundo en sus formas más crueles. Los credos de la Iglesia se refieren a esta esperanza usando el lenguaje de la resurrección, de una nueva vida, participando de la gloria de Cristo resucitado. Teniendo estos símbolos en cuenta, el cristianismo debería considerarse como una religión espiritual, y en ocasiones se ha limitado exclusivamente a cumplir este papel. Pero, a través de la historia de la Iglesia, la esperanza cristiana también ha servido para motivar el desarrollo de una vida terrenal más conforme a los deseos de Dios según fue revelado por Cristo.

9 Símbolos


Cruz Cristiana: Simboliza la pasión y muerte de Cristo. De esta cruz han salido múltiples variaciones con diferentes significados como la cruz de San Andrés, la cruz invertida de San Pedro, la cruz Mariana...






Uno de los símbolos cristianos originarios fue el del pez o Ichthys (del griego, en letras mayúsculas, IXΘΥΣ). Este vocablo conformaba un acrónimo: «ησοῦς Χριστός, Θεοῦ Υἱός, Σωτήρ» (Iēsoûs Christós, Theoû Hyiós, Sōtḗr) que, traducido al español, significa «Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador». Junto con el símbolo del ancla, el pez fue uno de los más empleados por los cristianos primitivos.